El golpe del 4 de junio fue liderado por militares reunidos en el Grupo de oficiales unidos (GOU), al que pertenecía el coronel Juan Perón, y determinó la asunción del presidente de facto, general Pedro Ramírez.
La revolución desconoció las autoridades civiles, presididas por el doctor Ramón Castillo y se hizo cargo del gobierno con un programa más bien confuso y algo contradictorio, que revelaba que no había sido suficientemente pensado antes de pasar a la acción.
Entre los actores de este levantamiento se encontraban cuadros militares que se manifestaban deseosos de bloquear la candidatura presidencial del hacendado Robustiano Patrón Costas, que había sido avalada por el régimen depuesto y que era la continuidad de la política vigente.
Patrón Costas, señor del Tabacal en Salta, representaba el continuismo conservador y no ocultaba, con respecto a la confrontación mundial, que se desarrollaba en esos momentos, su simpatía por la causa aliada, en contraposición con la, hasta entonces, dudosa neutralidad llevada a cabo por Castillo.
Otros partícipes del levantamiento eran cuadros militares que se encontraban hastiados del fraude electoral sistemático y estaban, también, los partidarios del “nacionalismo de derecha”, mortificados por el desplazamiento sufrido en la revolución de 1930, cuando fueron desplazados por el grupo encabezado por el general Justo. Todos estos sectores coadyuvaron, pues, en producir la revolución de junio.
En un primer momento, el general Arturo Rawson fue consagrado presidente provisional pero, debido a problemas internos, se vio obligado a renunciar, dejando el cargo en manos del general Pedro Ramírez.
La política internacional de éste estuvo gobernada por el principio de neutralidad que representaba, a esa altura, una concomitancia con las potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio.
En febrero de 1944, Ramírez fue obligado a renunciar luego de que el gobierno argentino, incapaz ya de sostener la presión externa, rompiera, un mes antes de la finalización de la guerra, sus relaciones diplomáticas con Alemania.
La renuncia de Ramírez dejó la revolución en manos del general Edelmiro Farrell y, tras de él, el grupo allegado al GOU, encabezado por los coroneles Juan D. Perón y Domingo Mercante.
Perón, que ocupaba la secretaría del ministerio de Guerra desde junio de 1943, siguió escalando posiciones hasta ser nombrado vicepresidente en julio de 1944.
De esta manera, se convirtió en el hombre fuerte del régimen militar, ya que, además de esos dos cargos, retuvo también la cartera de Trabajo y Previsión, a la que había sido promovido en noviembre de 1943. Fue, justamente, desde este cargo, donde Perón desarrolló una activa política destinada al ámbito gremial, iniciándose un período que cambiaría las formas organizativas del movimiento obrero y la relación de éste con el Estado.
Desde la secretaría del Trabajo se impulsó, asimismo, la creación de sindicatos nuevos y se amplió la legislación laboral, haciéndose cumplir la que, hasta ese momento, existía sólo en los papeles.
El 1° de mayo de 1945, Perón reseñaba la tarea realizada por la Secretaría de Trabajo y Previsión en el último año: 29 decretos; 319 convenios y 174 gestiones conciliatorias que habían beneficiado a más de 2.580.000 trabajadores.
Al mismo tiempo que se iba definiendo el apoyo de los trabajadores al gobierno, también iba creciendo la resistencia de los sectores patronales a su política social.
En junio de 1945, 321 entidades empresarias de todo el país, representativas de la industria y del comercio, elevaban un memorando al presidente y publicaban un manifiesto del sector.
Fuente: www.aimdigital.com.ar